Estamos emocionados porque vamos a viajar, pero a la vez tenemos premura, pues nuestro avión saldrá dentro de tres horas. El tiempo apremia. Llamamos un taxista para que nos lleve al aeropuerto, pero es nuevo en el oficio y no conoce la ruta. Salimos a la carretera y no hay ningún tipo de señalización. Tenemos que pararnos a preguntarle a más de una persona; perdemos un tiempo preciosísimo. Ya en la terminal aérea no hay ningún letrero que indique por donde se embarca, dónde están ubicados los counters de las distintas líneas aéreas, ni dónde está migración ni nada. Es un lugar pulcrísimo, pintado de blanco y azul. Un empleado está suapeando el piso, una mujer mayor va pasando y resbala, porque nada le advertía que el piso estaba mojado. Nadie sabe cuando llegan o cuando parten los aviones, pues no hay pantallas de anuncio de los vuelos. No sabemos dónde están los sitios de expendio de comida... todo es un caos.
Imagínense cómo sería vivir una pesadilla semejante, y ahora abran los ojos y aprecien en su justa medida lo que son las señales, esos omnipresentes gráficos que regulan el uso de los espacios públicos, haciendo de nuestro paso por ellos seguro, confiable y organizado.
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ResponderEliminarFernando S.